El Regalo

  

La puerta de la cocina se abrió de par en par. La figura de Bertin se detuvo en el umbral, al tiempo que, Corinne, su esposa, revolvía su café. 

— ¡Llegas temprano! Qué pasó. 

— Nada. Sólo terminé antes de tiempo.

— Qué traes. Porqué escondes la mano. 

— Es una sorpresa. Me acordé de ti cuando lo vi, y quise obsequiartelo.

— Qué es.

— No adivinarás.

— Mmm... creo que no. — dijo sonriendo. Entonces el hombre extendió su mano para mostrar un corazón humano bañado en sangre y latiendo. 

— ¡¡QUÉ ES ESO!! — La taza escapó de sus manos para romperse contra el suelo, y saltar en todas direcciones. Luego comenzó a temblar sin quitar la vista de la bombeante y ensangrentada pieza humana. 

— Un maravilloso corazón. Cuando lo vi no pude resistirme. — Al decir esto, su rostro comenzó a tornarse rojo, y las venas se movían en todas direcciones, como serpientes que quieren salir de su nido.  El espanto avanzó sin dejar de sonreír, ella retrocedió a duras penas hasta el lavaplatos, cogiendo uno de los afilados cuchillos carniceros. La horripilancia se acercó hasta hacer sentir su caliente y putrefacto aliento. Corinne, desesperada,  hundió el acero una y otra vez en el pecho de este. La sangre saltó a borbotones salpicando su rostro, pero, el diabólico ser no dejaba de reír. Entonces, despertó, sentándose violentamente en la cama.

— ¡Amor! — exclamó Bertin, que leía a su lado una de sus novelas. Ella le miró con ojos desorbitados y rompió a llorar. El hombre tiró el libro y acudió, encerrándola en sus brazos. 

— Vida. Ya pasó. Tranquila. Estoy aquí.

La mujer lloró como pequeña criatura en su pecho. Este la sostuvo hasta lograr la calma.

Luego se enteraría de lo sucedido.