A UNOS CUANTOS PASOS

 

 

 La mala fortuna había llegado para quedarse. 

Era el pensamiento de Slhom, aquella fría noche, en el banco de la plaza de armas de la fulgurante ciudad. 

Una que otra alma se desplazaba de un punto a otro en total silencio. 

Slhom ya no resistía. Cómo llegar a casa, y decir a sus hijos que para mañana no habría pan. 

Esto lo volvía loco. Se llenaba de ira y dolor. Sus puños se cerraban deseando golpear. 

De pronto, de soslayo, una chispa de luz llamó su atención. Provenía del césped a unos cuantos pasos, pero continuó con sus pensamientos. Estos no daban tregua. Su cabeza estallaría de un momento a otro. La chispa nuevamente golpeó su pupila. Esta vez la mirada de Slhom se enfocó en ello. 

La curiosidad obtuvo su triunfo. Ya estaba,  cual gigante, ante el objeto. 

El brillo provenía de un pequeño bolso. Empujó con la punta del zapato. Fue como mover una piedra. Rodilla en tierra lo levantó y vació. Efectivamente, era una piedra. Su peso superaba los 700 gramos, y su brillo era...

Pensamientos le sacudieron de pies a cabeza. 

Miró a todos lados. Nadie alrededor. 

Embocó el hallazgo en su cinto, y tomó rumbo a casa.

Aquella noche no durmió. 

Al día siguiente,  un experto en piedras preciosas le confirmaba que era oro del mejor. Slhom no podía creerlo. 

Sus hijos cumplirían sus pequeños sueños. Juegos, zapatos, dulces...

Nada dijo al joyero. Sólo ofreció aquellos gramos que había arrancado con un golpe  de martillo.